Lo que Inés se plantea es recuperar un segmento fundamental de nuestra historia y nuestra cultura: los añejos sabores, revividos cotidianamente en el trajinar de las amas de casa o de los guisanderos de toda la vida. Para ello deberá encontrar y seleccionar a quienes serán sus informantes principales en barrios y pueblos de la geografía de Sonora; podrá ganarse su confianza, recibir el regalo de su experiencia, y las recetas que lo atestiguan y, no pequeña labor, convencerlas de que le permitan fotografiarlas entre las ollas, los cucharones, las salsas y el fogón.
No quiere fotos de estudio, ni fuera de contexto: su objetivo es evidenciar la persistencia, en muchos hogares de este norte árido, de usos y costumbres que están siendo amenazados por las fuerzas homogeneizadoras del mercado.
Su trabajo tendrá la virtud de mostrar, por una parte la persistencia de tradiciones varias veces centenarias y su aportación inestimable a nuestra identidad; y por la otra, hacer evidente la amenaza cultural que representa la concepción de los alimentos no como “comida familiar” sino como mercancía, cuyo objetivo parece intercambiable con cualquier otra ingesta a condición de que genere ganancias a empresas cuya sede reside lejos de nuestras tierras, y cuyo imaginario supone la extinción de todo esfuerzo gastronómico, en aras de una generalidad alimenticia que poco nutre y menos fortifica la identidad regional.
Espero que su búsqueda la lleve a cocinas y tanichis, a milpas, mahuechis y corrales; al centro de una identidad que es lo que permite reconocernos frente a una carne con chile, un frijol con hueso o un plato de gallina pinta.
Ernesto Camou Healy
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